Cuando metemos un vino en barrica, lo hacemos para alargar su vida.
Un vino que no pasa por barrica, un vino joven, tiene una vida de dos años máximo. A partir de ahí empieza a perder todas las virtudes que lo caracterizan.
Durante la crianza en barrica, el vino sufre una serie de aportaciones tanto de oxígeno como de elementos de la propia barrica: taninos, aromas, etc. Por eso es muy importante elegirla muy bien: el origen del roble, su tostado, tamaño, así como su edad, son cuestiones a tener en cuenta.
Los dos tipos de roble más usados son el americano y el francés, aunque también se usan en la crianza del vino, los centroeuropeos.
En Bodegas Canopy nos decantamos por el roble francés porque respeta más la esencia del vino, consiguiendo esa micro oxigenación que lo estabiliza y le da más longevidad, además de aportarle una serie de aromas más elegantes que el roble americano.
El tostado de la barrica es también muy importante porque dependiendo del grado de tueste de la madera tendremos diferentes tipos de aroma: a más tostado, más notas ahumadas que pueden “esconder” el vino; y un tostado muy ligero puede aportar notas verdes al vino, por lo que un tostado medio es, por lo general, el que más lo respeta.
También debemos fijarnos en el tamaño: las barricas más pequeñas tienen mayor cantidad de superficie de contacto con el vino y le conceden más aromas y taninos. En Canopy usamos barricas de 500, 600 y 700 litros, además de otras de 2000, llamadas “fudres”. En éstas, la superficie de contacto con el vino es menor y respetamos más su carácter destacando la variedad, el suelo y la zona donde está la viña; lo que se conoce como “terroir”. Esto es lo que caracteriza a nuestros vinos: el máximo respeto a ese “terroir” llevando a cabo una viticultura orgánica sin productos químicos, lo que les garantiza una máxima expresividad. Por eso, no tendría sentido “encerrar” los vinos en barricas que les van a aportar el sabor y olor de su madera.
Entendemos el uso de la barrica como el de la sal y la pimienta en la cocina: el toque justo ensalza el plato, pero si nos pasamos con la cantidad, el plato solo sabrá al aderezo.
Esa es la filosofía que hay detrás de la crianza de nuestros vinos, que los respete a la vez que los ensalza y que la aportación de la barrica los enriquezca pero sin dominarlos.